Como bien es cierto, la comida entra también por los ojos, por eso es tan importante la presentación de cada uno de los platos que vamos a degustar. El Jamón ibérico no iba a ser menos.
La manera de ubicar el plato, las lonchas de jamón son variadas y hacen que el cortador haga uso de su parte creativa, existen distintos patrones pero también casi en cada concurso se nos ofrecen nuevos diseños.
Las lonchas deben estar colocadas en el plato de una manera ordenada, solapándose pero no amontonándose, el corte debe ser preciso y fino además de tener en cuenta la temperatura idónea del producto, ya que el jamón cuando empieza a sudar acaba mostrándonos su aroma, preludio de lo que será la plenitud de su sabor templado. Por esto no se debe nunca servir el jamón frío.
Las lonchas deben manipularse lo mínimo posible para que se mantenga su naturaleza y flexibilidad intactas. Como decíamos, las lonchas son más valoradas si son finas, translúcidas, con el veteado característico de la grasa infiltrada con la carne y estas lascas deben tener un tamaño que no exceda los siete centímetros, ya que la loncha se debe asentar en la boca de una sola vez. Las lonchas en el plato han de estar correctamente dispuestas, pero en una sola capa y los restos producidos por el corte han de retirarse.
El plato debe de estar limpio por sus extremos, cuidando que la grasa no invada las zonas no cubiertas mostrando la máxima limpieza e higiene.
Ahora, eso sí, hay que consumir el jamón con los dedos, sin ningún tipo de mediación. De esta manera el jamón nos transmitirá desde el principio, ya desde el tacto, información de su jugosidad y temperatura.
Un Castro y González tiene un corte agradecido debido a la calidad de la carne de cada una de nuestras piezas. La untuosidad y el aroma junto con un buen corte hacen que el ritual se convierta en un espectáculo.
Presentación de un plato de jamón ibérico loncheado
