Salir a la fresca es un ritual popular que vuelve con el buen tiempo a las calles de nuestros pueblos. Es la terapia rural que nos pone al día de las cosas acaecidas durante la semana, los cotilleos o las conversaciones de trabajo con nuestra gente más cercana.
Existen en cada lugar los sitios más aireados donde la brisa invita a sacar las sillas de mimbre y echar una partida o comenzar una tertulia, es la continuación natural de la siesta donde dilatamos la tranquilidad y el relax aprovechando el buen tiempo. También después de la cena, cuando se estira el día y podemos disponer de unas horas ganadas a la oscuridad de una manera sosegada y respirando y disfrutando del frescor de la noche.
Hay quien baja a la carretera cerca del pilón para ver las estrellas intentando salvaguardar esta tradición, costumbre entrañable que parece revalorizarse y tomar valor. Sintiendo el espacio sano y sincero como una bocanada de aire en unas vidas que durante el año funcionan a una velocidad totalmente distinta.
Tomar la fresca atajando y evitando las acometidas del calor hace que retomemos conversaciones sobre temas que se dejaron hace meses, revitalizando la convivencia y fomentando las relaciones personales, poniendo un parapeto a la soledad del invierno. Es en la calle de una manera abierta, relajada y tremendamente cercana donde los más pequeños juntos juegan a sus anchas. Quedará el recuerdo de estas reuniones como de las otras tantas habidas que nos llegará con el olor del nuevo verano donde volveremos a compartir nuestras vivencias un día tras otro, aunque cada vez de distinta manera, eso sí, siempre a la fresca.