La vitamina D es básica y fundamental para el buen desarrollo y mantenimiento de nuestros huesos, ya que es la que fija el calcio y otros minerales en los mismos.
La vitamina D está presente en muy pocos alimentos como por ejemplo lo son el salmón, la yema del huevo, las sardinas y el jamón ibérico de bellota, pero no es suficiente para cubrir las demandas de nuestro organismo.
El sol es responsable de que este tipo de vitamina se sintetice para favorecer la optimización del depósito mineral óseo en el esqueleto o dicho de otra manera, mantener fuertes y sanos nuestros huesos, también nuestros dientes y músculos, el crecimiento celular, la modulación de las defensas y la prevención de varios tipos de cáncer. Recientes estudios dicen que previene la artritis reumatoide y el asma infantil.
Tanto miedo se le ha cogido al sol que casi nos vamos escondiendo de él temiendo al riesgo a contraer cáncer de piel e ignorando que es la fuente de vitamina D (D2 y D3) primordial y que necesitamos una exposición de al menos 10 minutos, cuatro días a la semana para cubrir nuestras necesidades.
La luz solar afecta directamente a nuestra salud mental y a las emociones. A través de la retina los rayos UV aumentan la producción de serotonina, neurotransmisor relacionado con la sensación de bienestar y al igual que la melatonina regula el sueño.
Con esto, los especialistas recomiendan una exposición moderada en invierno de brazos y cara, por ejemplo de unos 15-20 minutos, o lo que equivale a un paseo al salir del colegio, una vuelta por el parque, un momento de relax en la terraza de tu finca si es que estás entre edificios, porque no tienes tiempo o estás limitado para salir al exterior.
El sol no sólo es beneficioso, es necesario para nuestra salud, en invierno hay que buscar un modo intermedio para disfrutar de él, pero como todo en esta vida siempre con medida.